En las yungas de Salta, hay un susurro que se extiende por siglos, un conocimiento transmitido, en su mayoría, de madres a hijas: el color que cada raíz, pétalo y planta encierra.
Generalmente se consiguen tonos pasteles, cada uno con un significado: algunos los sabemos, otros se perdieron y unos cuantos quedan (como debe ser) en un secreto entre las propias comunidades, resguardando lo sagrado que encierra cada uno.
El rojo, por ejemplo, se vincula con protección y vitalidad. Los tonos tierra, con raíz y contención.
El amarrillo recrea al sol, llama a la abundancia, a la sabiduría y a la energía masculina.
El azul es cielo, agua, espiritualidad y conexión con lo invisible. Es íntimamente femenino.
El color no se elige desde parámetros estéticos, si no simbólicos, profundamente representativo de aquello que cada artesano decide, debemos recordar con su pieza.
Se identifican 87 especies tintóreas, entre árboles, arbustos y hierbas nativas de la región de Yungas. Algunas de ellas son:
— Juglans australis (nogal criollo): para la obtención de marrones.
— Baccharis spp.: para verdes y amarillos.
— Cochlospermum tetraporum: para naranjas intensos.
— Schinus molle: para tonos rojizos.
La recolección de estas plantas se presenta como un acto sagrado, en donde se recolecta sólo lo necesario. Se requiere cuidado y respeto por el ciclo vegetal y, algunos artesanos, todavía, mantienen la tradición de pedir permiso antes de cortar.
Finalmente el teñido resiste el olvido. Frente al avance de tintes sintéticos, las comunidades revalorizan estas prácticas como símbolo de resistencia, de soberanía estética y cultural, y en Sacra, honramos de la forma más respetuosa posible, este proceso y ritual.